Hace tiempo que busco la manera de salir. De irme por entre las lineas de mi aliento loco, lento. Estoy hasta el fondo, nadando en el mar de mi más mala versión, componiendo mi vida etílica entre bailes e invocaciones demoniacas, llamando a la destrucción de mi sistema. Dejé de estar consciente, por lo menos, veinte horas al día. Y las otras cuatro duermo. Hay males que no se curan aunque se intente, y hay otros mundos, más bajos que el infierno todavía. En esos mundos conocí a los dioses, me dijeron que no importa, que haga de mi cárcel un paraíso, porque es la única manera de disfrutarlo y es la forma de sobrevivir un poco más. Los dioses también me dijeron que después de la vida hay muerte, y luego de la muerte hay más vida pero que, de la primer vida, en la segunda nadierecuerda nada. Pregunté entonces si en la segunda vida hay fiesta. La respuesta que me dieron fue desgarradora,eficaz, certera, dominante y culera. El más viejo de los dioses dijo, mientras lamía sus bigotes de aguamielero, con una voz puteada y aguardentosa: «haz vivido tres docenas de segundas vidas y cuarenta primeras, y en todas ellas, te has perdido e hinchado tu cuerpo, así que, en castigo, te convertiremos en uno de nosotros, vivirás eterno y reinaras tu propio tiempo», acto seguido, mi cuerpo se disolvió hasta convertirse en materia liquida inflamable que recorre espacios y momentos impredecibles. Bébanme.
