Skip to content

El hambre

Las sombras nacen de los troncos oscuros, como el viento de las copas; apenas la tarde se deja vencer, estiran sus dedos largos y se arrastran de los árboles, lamiendo la hierba y la hiedra: huelen a la distancia un cuerpo magro –cuerpo de niño– entre los setos. Rompen hojas secas bajo su peso, mientras se empujan hacia otro horizonte, y a su paso abandonan un olor a cenizas.

Serpentean sobre el musgo de las rocas, se atropellan, se enciman en estampida urgente, se revuelven y frotan unas a otras, se aplastan y entreveran al acercarse jadeantes. Contienen voz y respiración cuando se yerguen firmes tras el niño arrodillado. Alargan las manos, pero en el aire se detienen.

El niño balbucea frente a un ejército de castañas y ramas en fila frente a un gorrión muerto. Una vez rodeado, un chillido suyo ordena el avance y el pelotón se abalanza sobre las alas abiertas; estira entonces los dedos afilados y rebusca bajo un montón de hojas: la sangre gotea del cuello desgarrado de la liebre, que lame antes de arrancar el primer mordisco.

 

Escritor. Lugar común: perfil obsesivo compulsivo, pero es cierto y útil en producción editorial. Editor, traductor, corrector de estilo.

Anterior
Siguiente

No pares, ¡sigue leyendo!

Todo

Conexión

Parado en un mar de césped todo cobra vida, todo cobra muerte. Cada hoja, cada pétalo, cada piedra crece, madura, decae y expira…

Dejarme ir entre los vivos

Espíritu

Los sueños son la representación del deseo inconsciente, pero esto va más allá. Me pasa inevitablemente todos los días: sueño con ella y…

Acuario

Pena

La persecución comenzó en las primeras horas de la mañana. Los hombres ya tenían ubicada a una manada que persiguieron, kilómetros mar abierto,…

Volver arriba