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El péndulo

Después de la náusea vinieron los mini vómitos acompañados de una perpetua agonía en el estómago. La diarrea se había vuelto una constante, una compañera maloliente líquida y tibia que cada cuatro horas la agarraba con la arrogancia de un dios déspota y omnipresente (estés donde estés sentirás mi poder intestinal pequeña hembra humana insignificante) cuyas carcajadas eran flatulencias desesperadas que saldrían en aerosol al menor esfuerzo.

El pelo, como las ratas, había decidido abandonar de primero su cabeza pletórica de nervios y se extendía sobre el teclado y el blanco escritorio como un triste otoño de la desesperación. Su piel estaba tan grasosa que su frente reflejaba la lámpara de neón en la pantalla del ordenador. Ni siquiera el gato la buscaba pues sus pies se sacudían constantemente y olían a queso rancio y a desesperanza. No logró escribir nada.

Cuando las 4 de la tarde llegaron a ese martes, a ese día de morir en la victoria o en la derrota, a pocas horas de caer vencida por la inanición la deshidratación y la pestilencia, se encontraron de nuevo cara a cara, después de dos días, mecidos por un viento tibio y por la sombra del árbol indiferente en el jardín de su casa. La soga seguía templada. No había manera de reanimarlo. No había manera de quitarle al redentor el milagro de la resurrección.

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Escritor/Ilustrador. Diseñador gráfico alma vendida, hedonista de bolsillo vacío, activista de la pereza y los vicios solitarios, nacido en tierra de nadie Santiago de Cali, prosperó en la vida alegre y fue criado en modo experimental, casi como un hámster de ritmos tropicales, con la ternura y los dientes necesarios para dar un par de puñaladas de cariño y el justo pelito afelpado de la embriaguez. Cree que el juicio es una trampa, la cerveza es una dicha y el humor confunde al tiempo; cree que el dinero es para los amigos, los genitales para el viento tibio y un vaso de licor con hielos para mantener el equilibrio en cualquier ocasión que valga la pena. Dibuja desde siempre, con disciplina de borracho -tinta y mugre- y nunca termina nada, no sabe de finales ni de principios ni de la ciencia exacta del éxito. Pero sabe caminar por ahí, encontrando compinches que han iluminado las vueltas de su vida, y le escuchan sus teorías de viejo impertinente, iconoclasta y prostático, a cambio del poco tiempo que nos queda. Amén.
Ilustrador. Soñó que se caía, pero se agarró de un lápiz.
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