El silencio sólo es una palabra sin leer
que se esconde en la carne
entre el colchón y la almohada
o en un ramo de luz que decapita a la espera.
Acaso llegue a preñar el vientre de la noche
con la voz de la luna
mientras los gritos de las sombras llueven afónicos
hasta la memoria
para descubrir, de nuevo,
que el silencio sólo existe
cuando el pensamiento se amanceba
en el recorrido de la sangre,
y el alma es una historia de gritos sin emitir.
El silencio sólo es la afonía que, perezosa,
pinta las paredes cuando un orgasmo se ha marchado.