Hace unos meses las emociones fuertes eran debilidades donde se dejaba caer, sobre todo cuando la ocasión lo ameritaba. Tanto fue su arrastre que se convirtió en cazaoportunidades, aunque ya estando dentro lo que menos le faltaba era eso: ocasiones.
Relajación/Escape/Letargo/Novedad/Hábitos poco convenientes
Empezó con una cajetilla al día. En el cenicero estaban los cigarros a medio acabar. La nueva rutina incluía tres de un jalón. Para no perder el ritmo, encendía el segundo mientras el primero se consumía por sí solo. Con el tercer cigarrillo inhalaba todo el tabaco; no quería que se acabara, por eso terminaba siempre con los dedos rojos. Luego fue el café. El primero de la mañana era deprisa, sin tiempo para tomarle sabor, pero era con el que según él se regaba el campo seco de su pecho y por consecuencia, todo él era movimiento. Por la tarde estaba predispuesto al disfrute: era esa la taza en la que veía sus ojos más abiertos, perdidos en el néctar negro del café.
Ese día el café corría por cuenta de Némesis. El calor lo había puesto de malas, el sopor lo invadía; ideas iban y venían, ninguna recordaba. Imaginaba tener una bola de pasto seco rodando por su cabeza, sólo así se explicaba la falta de sensatez en tantos días de exceso. El sudor recorría su espalda, sentía nacer de sus poros las gotas saladas, aquellas que esa bola de pasto se negaba a absorber. Esta vez comenzó por quitar la espuma propia del café, aquella con la que saboreaba los tonos fuertes del grano al que le fue extraída su intensidad. Entonces tomó la cuchara y comenzó a revolver, tratando de disipar la maraña de imágenes que no lograban tomar forma. Dejó la cuchara y tomó la taza entre sus manos, sin importarle si se quemaba o no (al fin los dedos ya los tenía entrenados), con el fin de acercarla lo más que pudo a su pecho. Sintió un calor diferente que comenzaba a reconfortarle. Sin darse cuenta de que casi derramaba el líquido, se quedó mirando al fondo de la taza. Cayó en cuenta de que al llevar al extremo sus sentidos lo que quedaba era él, incorpóreo, volátil, humeante, omnipresente. El campo ennegrecido comenzó a florecer.