Sabíamos que su voz acabaría por destrozarnos. El día de la grabación el estudio estaba paralizado y expectante, todos anhelábamos verla entrar por la puerta trasera, como siempre hacía, con los moretones del brazo, sus collares y ese chaleco tejido. Y no era sólo su voz, era la intensidad, esa mujer era un terremoto completo y nosotros una ciudad dispuesta a caer a sus pies.
Ayer vino a escuchar la grabación de los músicos, esperábamos que cantara pero eso no pasó, puedo asegurar que desde el fondo de su garganta las notas se agolpaban en la lengua y en la boca cerrada. Sólo la vimos mover la cabeza, cerraba los ojos y seguía el ritmo y puedo asegurar que cantaba, que la sentía cantar sin que dijera nada.
La tarde era soleada pero el sol no era suficiente, estaba la banda completa, el estudio completo, Phil salió dos veces a la calle a buscar el Porsche psicodélico que siempre llegaba como flotando. Buried Alive in the Blues la esperaba, la esperaba el micrófono y las consolas y nuestros oídos; la esperaba la historia.
Todos anhelábamos escuchar esa voz una vez más, pedíamos a silencios largos que Janis acribillara la calma con su maldita potencia, pero todos —la pista, el micrófono su Porsche y sobre todo Buried Alive in the Blues— nos quedamos esperando. Sólo la historia la encontró tirada en su habitación, vestida con su traje de leyenda, como siempre.