No es una cuestión de luces, la ciudad habla de sombras antes y después del atardecer.
Extasiada se libera de su humo a medida que llega la noche, justo cuando los autos van y no regresan.
Sueños verticales se dibujan en el horizonte, falos de concreto que tratan de penetrar los cielos invadidos de ceniza sobre una ciudad que cuando duerme me recuerda un suicidio colectivo o un poema escrito en una hoja negra.
Del mañana poco se sabe, a mitad de la avenida un semáforo intermitente nos advierte que el tiempo no es más que un gotero de fantasía que va a toda velocidad sobre el asfalto.
En algún otro lugar la sombra de un indigente se alarga y se esconde debajo de un puente sin darse cuenta de que amanece y de que otro mundo está a punto de despertar.
Mientras, los insomnes nos acompañamos en silencio esperando que el cansancio nos consuma.