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Un segundo imperio

Cuando los vi pasar eran sólo unos cuantos. A vuelo lento y dispersos habría contado unos siete, pero me concentré en lo que decía la radio; especialistas intentaban explicar lo que sucedía desde una visión económica y social. A final de cuentas todo convergía en la disputa entre las naciones durante los últimos ocho meses: el apoderamiento de los recursos, los altos costos de importación y exportación tecnológicos, alteración de los sistemas naturales.

Lo que vi fueron esas siete o diez aves sobre el techo de mi casa, pero me perdí del desfile de miles de ellas cuando las aves de todo el continente emigraron al sur cagándose sobre todas las ciudades y amenazando las ventanas de aquellos edificios medianamente altos.

Entonces, las ratas, gatos y perros tomaron las calles y, contrario a las personas que nos resguardábamos en nuestras casas, corrían aterrorizadas en la misma dirección que las aves de hace unos minutos. Eran las once y minutos de la mañana y el cielo tenía un color como si se estuviera metiendo el sol; el olor a basura de siempre se dispersó y un olor a agua de mar inundó las calles, entrando por cualquier intersticio de las casas.

Dejó de sonar la radio y prender la televisión fue imposible. Yo mismo creí que me echaría a llorar, pero no. Caminé hacia la cocina, tomé un vaso con agua y extrañé una cerveza. El último sonido que escuché parecía más un avión entrando por mis oídos y que claramente decía: “Bienvenidos a casa”. Después, todo fue mejor.

 

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Escritor. Editor y librólogo de lunes a domingo, trabajo desde el balconcito de mi casa, al lado de las dueñas de mis quincenas. Escucho música todo el día y como a mis horas. No me gustan las mascotas que puedan dejar pelos.

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