Si a mí me hubieran dicho que su piel sería mi tierra, simplemente no lo hubiera creído; me hubiera resignado a mirar cada línea, cada forma de su cuerpo ilustrado con el tierno horror con que se mira la muerte.
Me hubiera resignado felizmente al hipnotismo de sus hombros descubiertos, pero usted tenía otros planes que incluían mi nombre.
Dejarla entrar a mi casa aquella madrugada fue un atrevimiento imperdonable pero ¿qué podía hacer con mi deseo? Por fin miraría de cerca aquellas líneas que tanto me intrigaban, que tantas promesas me habían contado.
Le ofrecí el sillón, usted quiso mi cama y yo la quería a usted. Me ofreció su piel iluminada y yo comencé a repasar cada imagen; quise aprenderlas de memoria, descubrir el agorero significado de todos esos dibujos, revelar el secreto como un mapa que se va mostrando a cuentagotas.
Aquella noche fue la última para mí, dicen que usted me estranguló en un trance de ansiedad.
Usted y yo sabemos que no fue así, ambos sabemos que era esta necesidad tan mía de su piel y tan suya de unas líneas más en ese camposanto de su cuerpo.