Llaman a la puerta y enseguida noto que se pone nerviosa. Sabemos que es el hombre al que ama, a quien engaña conmigo. Me pide que la espere colgado fuera de la ventana, argumentando que no hay otra opción: es un tipo celoso y no dudará en buscar en todo el departamento hasta encontrarme. Me dice que me ama, que confíe en ella, que la espere y volverá por mí, que después de todo, esto es sólo un sueño. Nos amamos desde hace tiempo. Yo confío. No tengo razón para no hacerlo, así que salgo y aguardo con cierta resignación, aunque un pensamiento me ronda la mente en este momento, mientras cuelgo desnudo del alféizar de una ventana, suspendido quién sabe cuántos pisos por encima del suelo: ¿de quién es el sueño? Tengo tiempo para pensarlo y enojarme, pues pasan las horas y no regresa.
—¿Todo bien? —le grito, esperando que logre escucharme.
—¡Sí!, sólo dame un segundo.
Escucho unos pasos que vienen apresurados hacia la ventana, acompañados de susurros. Recuerdo el diálogo.
—Confía en mí, te amo. Sólo espera un poco y ya regreso por ti.
—Sí, no te preocupes: yo confío.
Enseguida reconozco mi culo asomando por la ventana, acomodándose para bajar con cuidado y colocarse a un lado de mí. Soy yo, evidentemente. Y me miro con sorpresa. Ninguno de los dos entiende nada.
—¿Amor? —la llamo con fuerza, para preguntarle qué ocurre.
—Sí, ya voy. Permíteme un minuto.
Pero ella regresa con prisa entre susurros repetidos y vuelvo a reconocer mis nalgas bajando por la ventana.
No pasa mucho tiempo antes de que lleguemos a la docena. Es verdad que el espacio se agota, pero sabemos que nos ama y que volverá por nosotros. Yo confío.