De la estación al aeropuerto había que recorrer 3.5 kilómetros, mismos que existen, si se pudieran medir los sentimientos en una cinta graduada con las divisiones métricas, para llegar al corazón de María.
Para ella, atravesar junto a un hombre esos tres punto cinco kilómetros eran la máxima prueba de amor. Al amor, dice, se le entra por un costado. Luego hay que recorrer un pasillo largo para llegar a las gradas. Allí uno se sienta a esperar, aunque no mucho, porque cada tres o cuatro minutos pasa un avión. Si se tiene paciencia, dice María mientras sus ojos recorren un horizonte invisible y, a decir por el movimiento que hacen sus pupilas, sinuoso, él se acercará e intentará besarte. Entonces y si es el bueno, asegura María, sucede: no hay ruido ni gente ni coches ni aviones ni nada. Sólo existen tus labios y los de él, afirma mientras sus ojos se pierden en el ventilador metálico de una turbina.