Abrázame la noche, muérdeme las llagas y los pezones, trágate mi corazón a bocados, Loba, clava tu diente ruborizado en el hombro izquierdo, en el arcano prohibido de una profecía cualquiera.
Mastícame, Loba, y déjame besar la hendidura auroleada por tus nalgas.
Soñé de nuevo contigo; soñé que en la calle, de reojo, nos miraban las buenas costumbres mientras nosotras nos batíamos en esta encrispación de carne viva. Nosotras, todo alas, todo tierra prometida y fruto de discordia, envueltas en un pelambre de deseos.
Quiero ver aquella furia dormida en la madriguera de tu mirada, quiero despertarla.
Tócame, Loba, trágame entera, quiero ser aquel sacrificio que tus fauces merecen, quiero morir y regalarme a ti.
Bébeme, alimenta tu ansiedad distante, Loba. Sacia esta voracidad de mi cuerpo con la bestia que somos.